jueves, 5 de agosto de 2010

Tortura Ni Arte Ni Cultura





« El toreo es el último escollo de una humanidad sin civilizar »
S.E. el Cardenal Isidro Gomá y Tomás (1869-1940)
   
Los juegos taurinos fueron introducidos durante la colonia española en México y otros países americanos, donde en la actualidad, anualmente, miles de toros son atormentados lentamente y llevados a la muerte violenta para diversión del público taurino y el lucro de empresarios, criaderos, apoderados y patrocinadores de este vilísimo negocio. Se estima que al menos 40 000 toros mueren en manos de la industria de tauromaquia cada año en Europa, y la cifra se eleva a aproximadamente 250 000 en el mundo entero.
En España por ejemplo, a pesar de la firme condena general de los países de la Unión, todos los niveles del gobierno subvencionan las actividades en torno a las corridas; la cifra global del dinero de los contribuyentes dirigido a ese sector se estima en alrededor de 550 millones de euros. He aquí algunas cifras precisas y alarmantes referentes tan solo al mes de marzo de 2009: promoción de la tauromaquia por la Junta de Andalucía: 400 000 euros; Escuela de tauromaquia en la Comunidad de Madrid: 80 000 euros; Patronato de la tauromaquia en la diputación de Badajoz: 480 000 euros, etc.

En la esfera internacional, según el testimonio del presidente de la plataforma taurina de Venezuela, deseoso que la fiesta taurina sea declarada patrimonio cultural de la humanidad, el flujo económico anual de la fiesta brava europea ascendería a más [de] 600 millones de euros, sin incluir las actividades taurinas conexas que alcanzan más de 2000 millones de euros. En este lado de América, sólo en plazas de Venezuela, como Mérida, San Cristóbal, Valencia y Maracaibo se mueven en promedio de seis días por periplo taurino más de 200 millones de dólares al cambio oficial; estimando un tanto igual para Colombia, México, Perú y Ecuador. Un negocio substancioso como se puede apreciar, tanto en la cuestión del dinero que aporta - prácticamente todo proveniente del erario público - como de la sangre y el sufrimiento que cuesta.
Toro en estado natural

La mayoría de las corridas en Latinoamérica son organizadas durante el invierno europeo (entre septiembre y febrero), pero durante el resto del año innumerables animales son torturados y aniquilados en corridas tanto oficiales como oficiosas en diversas localidades, tanto plazas como ferias e incluso en las infames escuelas taurinas, creadas con el objetivo de que no desaparezca el arte, y donde los padres taurómacas inscriben a sus niños para que éstos aprendan a matar. Es un verdadero desastre que este tipo de padres inconscientes, incluso alentados por religiosos descarriados, juzgue esta enseñanza más apropiada para sus retoños que la predicada por hombres superiores y santos como Santo Tomás de Aquino, quien nos revela sin rodeos que: Quien está habituado a la piedad hacia los animales, está igualmente acostumbrado a la piedad hacia los hombres. Manifiestamente esto último es algo que a dichas personas nos les interesa más que lo primero.

Por desgracia, como en tantos otros campos en los que México se caracteriza y se reconoce internacionalmente por su brutal rezago social, en nuestro país se organizan muchos de estos eventos y, atrasados varias décadas en relación a países donde la enseñanza educativa y moral va de la mano con el respeto del entorno y la fauna, probablemente tengamos el triste honor de ser el país más taurino del mundo, no en afición, muy escasa, sino en lo que a cantidad de eventos de éste tipo se refiere.
De hecho, es triste decirlo pero numerosos matadores españoles se transladan durante el invierno a nuestros países para participar en estas masacres organizadas, dado que, en primera instancia, durante esta época del año no se llevan a cabo corridas en España.
Por otra parte son muchas las sedes españolas las que poco a poco cierran sus puertas ante la pobre asistencia y la hostil y creciente presión pública, obligando a estos sombríos personajes a buscar para alcanzar sus fines tierras más prometedoras, entre más subdesarrolladas mejor…

   

En efecto, las corridas de toros no son la imagen bucólica que se vende a los neófitos y a los turistas inocentes, deseosos de presenciar un cuadro folklórico y pintoresco, ciertamente rústico y de mal gusto, pero al menos, a su manera de ver en primera instancia, lleno de color y de un cierto

Al contrario, al entrar en la plaza, los asistentes de buen corazón pronto se dan cuenta de su crasa equivocación, al presenciar que una corrida no es otra cosa que el espectáculo abierto y obsceno de la tortura sangrienta, codificada, metódica y prolongada de un animal inerme, indefenso, y abandonado a su triste suerte entre las garras de una turba de verdugos ruines y ensañados que se pavonean y se libran con goce indescriptible a su feroz escabechina al son de Paquito el chocolatero, fúnebre paso doble que, en palabras del escritor Christian Laborde, es el Pajaritos a volar de los aficionados taurinos caídos en un doble transe, el éxtasis extraño que les prodiga el profuso derramamiento de la sangre combinado al flujo inagotable de la manzanilla, del vino, de la cerveza, del mosaico pletórico de brebajes espiritosos que embuchan con una avidez y una delectación que solo encuentran paralelo en las cantidades absorbidas, muy propias éstas para inundar de nueva cuenta el mítico establo de Augias.

Es en este marco tan particular que los cándidos asistentes de ocasión constatan, sin mucho tardar, que la llamada fiesta brava no es más que una técnica altamente sofisticada de tortura, comparable a las que se emplean con los humanos en ciertas circunstancias, capaz de transformar a una persona digna y entera en una piltrafa humana a la que se puede manejar como se quiera, pues el toro, contrariamente a las simplezas que cuentan los entusiastas de este tipo de prácticas, no es un objeto inanimado cuyo único fin sería satisfacer sus apetitos de recreación y placer personal, sino un mamífero superior, dotado de un sistema nervioso central; un ser altamente evolucionado y perfectamente capaz de sentir dolor, al mismo nivel y con la misma intensidad que nosotros. Esta verdad es tan dolorosamente evidente que ni siquiera la desarrollaremos en este espacio, pues el simple hecho de plantearlas supondría cuestionarlas, lo cual no ha lugar.

Las corridas están rodeadas de todo un aparato lexical y pseudo simbólico altamente rebuscado, pero como veremos enseguida, nada en este mísero espectáculo es genuino, sino tan solo la agonía indescriptible y la ignominiosa muerte del pobre individuo que se convierte en su víctima en turno.

Así pues, si usted no conoce estos espectáculos y quisiera saber más acerca de su desarrollo y naturaleza, le ahorraremos mucho dinero, vivas desazones y una profunda vergüenza relatándole enseguida todos sus pormenores.
Como complemento visual a nuestra exposición podrá usted visionar igualmente una serie de documentos, fotografías y videos captados en el lugar mismo, que ilustran con plena claridad y lujo de detalle lo que se argumenta a continuación, y ejemplifican gráficamente la apremiante urgencia de erradicar, o como lo decía más acertadamente el sacerdote y filósofo Juan Balmes (1810-1848), extirpar de nuestras sociedades y para siempre estas prácticas repugnantes y vergonzosas. 


 


COMIENZA LA FIESTA

«El bueno sabe que hasta los animales sufren, pero el malvado de nadie tiene compasión» Proverbios, 12:10.  






Previamente al inicio de la corrida, el toro es encerrado en un cajón obscuro llamado chiquero, siniestro preámbulo que tiene el efecto de aterrorizarlo a través de diferentes procedimientos ilegales pero igual llevados a cabo de manera regular y ordenada.
Hay que saber que antes de ser transportados a dicho lugar, los toros han vivido toda su vida en campo abierto, rodeados por otros individuos en su medio natural, del que han sido arrancados repentinamente para ser encerrados en cajones de madera de menos de 2 metros cuadrados, donde no tienen ninguna posibilidad de moverse. En semana santa y verano, los camiones están sobrecalentados, y los animales, amontonados sin agua ni comida, pierden de 30 a 50 kilos durante el traslado; algunos de ellos son hallados muertos de asfixia al llegar al chiquero. Enseguida, serán sacados del camión con la misma delicadeza con la que fueron embarcados en él: a golpes de chorros de agua, de palos y tubos, patadas e injurias. Dato macabro: en Francia, los exámenes veterinarios revelan que la mitad de los toros masacrados en las corridas estaban gravemente enfermos. Por ejemplo, 

  
Implorante, un toro herido se acerca a uno de sus verdugos. Imagen tomada por el ex-aficionado y fotógrafo taurino Christian Sinibaldi, arrepentido después de presenciar esta dolorosa escena… 

el representante taurino Kiko Matamoros, blandiendo un cuerno afeitado y que presentaba otras manipulaciones, recogido por él mismo en una arena de Benalmadena, afirma que el comportamiento del toro es además modificado por una serie de substancias, como los anabólicos, y cuenta que una vez vio un toro entrar en el ruedo con una jeringa todavía clavada en el lomo (escena mostrada por el veterinario José Mª Cruz en un video). ¡Sin comentarios! Enseguida declaró su pavor de un toro drogado, pudiendo ser más peligroso al desconocerse la reacción del mismo. Insensatamente, el matador Curro Matola abunda en la cuestión afirmando que tal cosa seria de locos porque como podría reaccionar un animal drogado, sería una incógnita el comportamiento de un toro en esas condiciones (sic); esto no es más que otra prueba más de que el pseudo arte taurino no es más que una técnica refinada de artificios y sistematismos calculados y preestablecidos, es decir una vulgar, metódica y repetitiva manufactura.

Así pues, para mantener su mito y convencer al público de la supuesta ferocidad del animal, los tauricidas se refieren al toro como una a una bestia brava y salvaje, cuando en realidad, como cualquiera que lo ha visto de cerca lo sabe, es al contrario un animal doméstico más bien manso y sociable por naturaleza, un gigantón gentil y bonachón que no tiene carácter fuerte y menos aun agresivo, salvo como cualquier animal, cuando se encuentra en estado de desafío territorial, y/o confrontado a la agresión (como prueba recordemos la anécdota del ya citado Curro Matola, quien frente a las cámaras acariciaba a un toro mientras decía con desenvoltura a un periodista: «Es uno de mis mejores amigos; se llama Temple, y lo crié con biberón. Nació aquí en casa». Matola hasta besa al toro, antes de añadir con orgullo ahora ha crecido, y es un toro bravo; no deja de ser un toro bravo, y pues entonces hay que llevar el cuidado lógicamente que se tiene que llevar con un animal de estos. Vuelve a acariciarlo, le coge ambos cuernos y se pone a jugar con ellos, balanceando la cabeza del plácido animal, ese mejor amigo que acabará sus días en un ruedo…).

En estas condiciones, 24 horas antes de entrar en la arena, el toro ha sido sometido a un encierro en las tinieblas para que al soltarlo la luz y el barullo de los espectadores lo aterren y trate de huir saltando las barreras, lo que produce la falsa imagen que se quiere dar del toro, es decir la de una bestia brutal y acometedora (durante un coloquio universitario en México, un especialista taurino, frente a una audiencia compuesta por veterinarios, zoólogos y etólogos, se atrevió a afirmar que el toro es un depredador...). Muy al contrario, por su naturaleza misma de bovino herbívoro, la tendencia natural del toro, evidentemente, es huir, no atacar.  

 
 El afeitado, corte y lijado en el hueso vivo del toro 

Como lo indica la hitoriadora Élizabeth Ardouin-Fugier en su magnífico estudio Historia de la corrida en España, del siglo XVIII al siglo XXI, la mentada bravura del toro es un producto en gran parte artificial de la selección zootécnica… contraria a la probabilidad general de la repartición estadística de la bravura en su especie, es decir de una aptitud relativamente rara», concluyendo que el toro de combate es un animal desnaturalizado. Sin duda, nuestro especialista arriba eludido tenga la original concepción de que los toros son cazadores de las sabanas africanas.
Sin embargo, además del estado de angustia y desorientación que sufre el toro al salir a la luz del ruedo, se encuentra de antemano ya disminuido y ansioso, pues en el chiquero ha sido objeto de ciertos cuidados especiales por parte de los artistas del toreo. De hecho está ya debilitado, pues para entonces lo han golpeado repetidamente en los testículos y los riñones, a patadas y dejándole caer costales de arena de cien kilos estando inmovilizado, y le han inducido diarreas al poner laxantes, sales y sulfatos en la comida que se le ha proporcionado; es la razón por la cual a menudo los toros salen al ruedo completamente batidos. En 1985-86, impresionado por las abundantes diarreas y la descoordinación de movimientos de los animales, el Dr. Andrés Martínez Carrillo, veterinario titular de Colmenar Viejo y de la plaza de toros de Las Ventas, estudió muestras de asas intestinales y jugos gástricos recogidas inmediatamente después del arrastre del toro, poniendo en evidencia el empleo de unos 25 kilos de sulfato de sosa y sulfato de magnesio, o sal de Epson en cada animal sacrificado durante las ferias; cuatro o cinco kilos de sal de Epson por toro de este laxante - advierte Martínez Carrillo, es una cantidad brutal.


Por otro lado, le han sido untadas masas de grasa o vaselina en los ojos para nublar su visión (otras veces se le inyecta tinta china en los globos oculares o se le rocía con aerosol paralizante...), se le han tapado las fosas nasales con algodones y sus oídos con papel periódico mojado. En las patas, se le han clavado astillas entre los pesuños o se le ha aplicado alguna substancia abrasiva como aguarrás, que le produzca ardor, escozores, y le impida mantenerse quieto, lo que facilitará que el torero no desluzca en su actuación frente a un toro que, en condiciones normales, no tendría la menor iniciativa de atacarle.
Por si las dudas, para proteger al valeroso torero, se ha tenido la precaución de afeitarle los cuernos al toro, es decir recortárselos con sierras y lijas, a sabiendas que no son otra cosa que huesos vivos. Evidentemente, además de lo intensamente doloroso de esta operación de unos 25 a 30 minutos de duración (se serruchan y liman 5 a 10 cm de cuerno sin anestesia alguna, el equivalente a que se nos hiciera esto en los dientes...), el toro pierde con ello orientación y a la hora del combate no es capaz de apuntar bien al objetivo en el momento de embestir. Cabe resaltar, siempre en lo que concierne a la lima de cuernos, que se dispone de necropsias efectuadas por la Facultad de Veterinaria de la UNAM a petición de la Delegación Benito Juárez de la ciudad de México, en lo referente a animales lidiados en la Plaza México; los resultados, muy evocadores y contundentes, demuestran que todos los animales analizados habían sido afeitados, ¡pero también que ni siquiera cumplían con la edad requerida para la lidia!

   
 Significativo y muy revelador cartel de Miquel Barceló para la temporada taurina de 2008, en la plaza de toros de la Real Maestranza, Sevilla 

Otra precaución tomada en cuenta, es que se le han colgado sacos de arena en el cuello durante horas y/o le han golpeado el lomo con láminas y maderos. Asimismo, a menudo se le ha introducido una aguja rota en los genitales para impedir que se siente o se acueste, lo que por supuesto, aunado a todo lo precedente, hace que el toro esté ya muy cansado y alterado al entrar a la refriega, y lo obligará a mantener la cabeza baja durante la faena.

Finalmente, cuando por fin lo van a soltar, poco antes de echarlo al ruedo, le clavan en el lomo una roseta colorida; es el primer arpón de puntas aceradas del que será víctima, conocido como la divisa.
Esto no es lo último que se le clavará en este estado, pues aún falta un detallito más: uno o dos piquetillos sigilozamente administrados correspondientes a la inyección de algún medicamento fraudulento que ayude a mermar al toro, a aminorarlo, a vaciarlo de su energía vital. Nunca se es demasiado prudente. He aquí pues algunos de los productos con los que la canalla taurina aturde discretamente al toro: fenilbutazona, rompun (de Bayer, que se traduce en un sedado sin estado cataléptico y una relajación muscular generalizada, así como el ralentizamiento del ritmo respiratorio de duración variable según la dosis), vetranquil (Lathevet), sernylan (Parke-Davis), parkersernyl (Parke-Davis), y tantos otros. El arriba citado Dr. Martínez Carrillo menciona todavía el combelén, un hipnotizante y tranquilizante derivado de la fenotiacina, que por cierto es empleado por la mayoría de los contratistas de las cuadras de picar para drogar a sus caballos… 



Ya hemos dicho que tratando impúdicamente de justificar sus inaceptables actos, los taurinos pretenden que los toros no sienten; cualquiera que ha visto un toro en el campo nota de inmediato que al menor contacto de un insecto el animal se sacude o espanta al parásito con la cola o un movimiento brusco del pellejo, esto a pesar de su espeso pelaje y gruesa piel. Uno se pregunta por qué toman los taurinos a sus interlocutores cuando quieren hacerles creer que un toro no siente los tremendos arpones de las banderillas, o la espada que le atraviesa y desgarra las entrañas de par en par. Es que, además de su crueldad salaz y su profundo egoísmo, la falacia y la mala fe son otros atributos característicos de estos individuos, que están dispuestos a lo que sea con tal de gozar con el objeto de su mórbida perversión.

Pero bueno, como hemos visto previamente, alevosamente manipulado, golpeado, herido, deshidratado, enclaustrado, cegado y completamente desorientado, y ya sufriendo del dolor intenso que le produce la divisa ensartada en los músculos del lomo, el toro, con la vista nublada por la grasa, recorre al galope el ruedo, deslumbrado y medio cegado, en una actitud de furia aparente.
En realidad, cuando el toro desemboca en el ruedo es un animal inquieto o aterrorizado que, herido y desorientado en un lugar extraño, busca desesperadamente una salida.
  



El picador es un individuo extraño cuya función es clavar una y otra vez una temible lanza, llamada pica, en el cuello del toro, delante de la cruz. La teoría indica que de dicha lanza «solo» debe penetrar en el cuerpo del toro la punta de acero, que mide de 3 centímetros de largo, pero es evidente

que de la violencia de la confrontación y el choque resulta que siempre se le clavan igualmente los 11 centímetros que siguen hasta el tope del arma, lo que representa heridas nada menos que de 14 centímetros de profundidad y hasta 40, es decir casi medio metro, de extensión, que producen al toro un dolor intensísimo y que lo destrozan por dentro. 




La temible pica

Cuando el toro embiste con mucha energía o le parece al torero demasiado peligroso, a pesar de ser muy valiente, ordena al picador asistirlo y llevar a cabo su trabajo, consistente en lacerar y desangrar al toro para debilitarlo.
De inmediato el picador asiste y castiga inflexiblemente al animal, clavándole en el lomo la puya arriba mencionada, que destroza músculos (trapecio, romboideo, espinoso y semiespinoso, serratos y transversos de cuello), y lesiona, además, vasos sanguíneos, nervios y huesos.

Arrebatados por el furor y su placer sangriento, los picadores todavía retuercen con saña la pica para aumentar la penetración. Incluso se apoyan eventualmente en la barrera y hieren al animal detrás del morrillo o en el costado para provocar una hemorragia abundante o perforar el pulmón, dejando a su víctima chorreando sangre, a veces ya medio muerta y limitada grandemente su capacidad de movimiento.
Cada toro recibe una media de 3 a 4 puyazos; esta medida se toma para que el torero pueda brindar la expresión artística que se supone debe tener este espectáculo. De hecho, un solo puyazo podría destrozar al toro, por eso se hace en tres tiempos para mayor goce de la afición.
  


Todavía existe otro complemento más sórdido a este funesto preludio.


Cuando a pesar de todas estas impensables agresiones, (¡o como consecuencia de ellas!) el toro persiste en su conducta mansa y huidiza, se recurre a lo que se conoce como rejón, en especial a una variante llamada de castigo, una espantosa cuchilla con hendiduras cortantes que causa incisiones y heridas tan abominables, que el toro se verá obligado a responder como sea, si no por furia, al menos por miedo. 



También existen otros motivos fisiológicos que entran en juego en este proceder, como lo explica con sorprendente brío un especialista taurino mexicano, citamos textualmente:

"El rejón de castigo es básico para la lidia ya que permite que el toro desaloje un poco de sangre evitando un paro cárdiaco (sic) o una congestión renal del animal durante la lidia."

¿Qué decir al respecto? Sobran los comentarios ante tan edificante, generoso y profuso rebose de humanidad.

 


El caballo durante la faena

Aunque el toro es el personaje central de este carnaval de sangre, muchos caballos participan en las corridas y son víctimas de ellas. Para proteger su cuerpo de las astas del toro, los caballos llevan solamente una manta acolchonada; a pesar de esta protección son cogidos por las astas muy a menudo, lo cual tiene como resultado graves heridas abdominales. Los golpes propinados a los caballos producen, en virtud de la gran fuerza y el peso del toro, así como por el hecho de que los primeros no pueden ver al segundo y esquivarlo, contusiones y/o fracturas en la caja torácica, es decir las costillas. En lo que a las zonas blandas de su vientre se refiere, no es raro ver perforaciones tan atroces que las vísceras acaban desparramadas por el suelo. Las escenas que se pueden ver en estos casos son terroríficas; por ejemplo, una de tantas anécdotas concierne a un pobre caballo que yacía eviscerado, al que le volvieron a meter las tripas al vientre como si se tratara de un vulgar cojín desgarrado, y luego se le repletó la panza de paja como a un muñeco. Posteriormente, se le cosió el pellejo para volverlo a poner de pie en el ruedo, agonizando lentamente en estas condiciones hasta el final de la corrida... Hay que recordar que para los taurinos la vida de un animal no vale nada, y ciertamente la de estos caballos menos aún, pues son bestias de desecho que de todas formas, cualquiera que sea el término de la fiesta, serán masacradas vilmente en un matadero. En realidad, en lo que a ellas se refiere, la corrida no es más que una penúltima manera de generar dinero antes de que su carne sea vendida en el comercio; todo en la corrida está cuidadosamente pensado y calculado para dos cosas: ofrecer sangre al público, y dejar la mayor cantidad posible de dinero a los empresarios. 


 Caballos eviscerados

En condiciones normales, el caballo por naturaleza siente miedo del toro, por lo tanto siempre hará lo posible para eludirlo. Para evitar esto, la cuadrilla taurina toma la precaución de taparle los ojos, para que no pueda ver donde se encuentra el toro. También ocurre que se les tapona los oídos –por ejemplo con periódicos mojados– para que el caballo no pueda tampoco oír al toro. Sin embargo, a pesar de encontrarse en este estado de anulación casi total de sus sentidos, el caballo siente mucho miedo porque puede oler al toro, por lo tanto sabe que el peligro se encuentra cerca pero está obligado a obedecer las órdenes del jinete. Al toro no se le puede reprochar nada en este aspecto: esta tan confuso y agitado por el miedo y el dolor, que se defiende ante todo que se le ponga por delante. Está dirigido por su instinto de preservación.

Cuando un caballo está herido relincha y brama terriblemente, por consiguiente, a los ejemplares que son utilizados para la lidia se les cortan las cuerdas vocales; de esta forma, se le evita al público el terrible espectáculo de los chillidos del animal, que podrían consternar a algunos asistentes.
Cuando la herida no mata de inmediato al caballo, ocurre frecuentemente que se le cosa el abdomen – sin aplicársele ninguna clase de anestesia evidentemente –, solo para insertarle lo antes posible en la próxima corrida… El caballo, previamente herido y hasta eviscerado, tendrá que soportar semejante tratamiento hasta que al fin se deshagan de él por medio del sacrificio, cuando no ha muerto a causa de la faena.
 

 Grave exposición de vísceras consecuencia de una corrida que termina con la muerte del caballo tras largas horas de atroces sufrimientos. Los cobardes responsables de esta muerte trataron de sobornar al fotógrafo para que no las hiciera públicas, al ser dañinas a su infame negocio. 

Ante tales barbaridades, y gracias a las quejas de los turistas (pero sobre todo a su indeseable ausencia en las plazas), desde 1928 se les pone a los caballos la manta acolchonada arriba mencionada, para una mejor protección. Antes de esta fecha el caballo no llevaba nada, y ocurría frecuentemente que muchos caballos dejasen la vida en la arena; la historia documenta que a veces un toro mataba hasta a tres caballos en tan solo una lidia…
Durante la corrida Portuguesa los caballos no llevan nada para protegerse; estos caballos son entrenados para esquivar al toro, al contrario de los caballos de los picadores. Sin embargo es evidente que esta enseñanza no los exime de hallar la muerte durante o después de una corrida.

En resumen, cada año cientos de caballos son víctimas colaterales de las corridas de toros. La industria de la tauromaquia dice que se les trata bien, pero ni siquiera hace falta conocer lo anterior para saber que para un caballo una corrida no es nada más que una angustia y un dolor constantes, igual que lo es para el toro. Cualesquiera que sean las objeciones avanzadas por los taurinos, es evidente que como los toros, los caballos en las corridas son tratados como simples objetos de especulación y desecho, y son víctimas inocentes del placer egoísta y cruel de estos extraños sujetos.
 
  



Después de que los picadores dejan al toro hecho una piltrafa magullada y desangrada, el torero demuestra su gran valor dándole los pases de muleta, agotándolo gradualmente por el esfuerzo continuo aunado a la cuantiosa pérdida de sangre.

Estos pases tienen otra gran ventaja para el torero: el toro, además de mansurrón, es un animal miope, daltónico, torpe e ingenuo que embiste al capote que agitan delante de él. Hay otra razón para ello, que es bien conocida por los etólogos y algunos ganaderos cultivados, a saber que los objetos y colores intensos inquietan y alteran al ganado bovino. Entre muchos otros, la célebre doctora Temple Grandin se ha explayado al respecto con claridad.
Cuando a pesar de todo el animal no se deja engañar, y en su defensa desesperada por su vida logra embestir y cornear con éxito al agresor que lo hiere repetidamente y atenta contra su existencia, es llamado según la terminología taurina, toro asesino.

Al respecto vale la pena contar una anécdota entre tantas que muestra bien lo que es el ambiente de fetichismo fanático y de roñosa violencia que caracteriza y define al mundo taurino y sus guardianes.
Se refiere a cuando muriera trágicamente en 1985, en la villa de Colmenar Viejo, el famoso matador madrileño José Cubero, mejor conocido como Yiyo, quien falleciera después de una terrible cogida por un toro llamado Burlero, un espléndido ejemplar de 497 kilos al que ya había acuchillado pero que, con sus postreras fuerzas, volvió al ataque una última vez y le ensartó de lleno en el suelo con tremenda cornada, partiéndole literalmente el corazón como él lo había hecho segundos antes con el del animal. Escena distintiva y de simbólica fatalidad.
Pasando en un instante de ser fiero y bravo según el comentarista especializado que narró el evento, a ser un toro asesino , a Burlero, o a lo que quedó de él tras la faena, un tal Juan Luis Bandrés, ganadero, le hizo destruir la cabeza y, no contento con su gesto, todavía mandó apuntillar a la vaca que lo parió … Este personaje que como pasó por la vida viviendo por el hierro, murió por el mismo, pues fue más tarde acribillado a tiros por un empleado suyo al que había despedido.
Un tercer hombre entra en este escenario fatídico y siniestro, el hasta entonces apoderado del matador difunto (y de otros toreros famosos como El Pilarico), el tristemente célebre Tomás Redondo, quien probablemente abrumado por sus recuerdos y el peso angustioso de su consciencia, acabó ahorcándose en 1988.
  



 
 El arpón de la banderilla

Las banderillas son unas varas coloridas que terminan en afilados arpones metálicos de 5 o más centí¬metros de largo, como en el caso de las banderillas negras. Algunas de estas herramientas tienen un arpón de 8 cm, y se les llama de castigo (¡decididamente hay mucho en las corridas!); se le aplican al toro cuando éste ha logrado evadir la lanza del picador. La función de la banderilla es asegurar que la hemorragia siga; los banderilleros clavan estos arpones intentando colocarlos justo en el mismo sitio ya dañado con los ganchos de metal, es decir en las mismas horribles heridas producidas por los puyazos o cerca de ellas.
Con cada movimiento del toro y con el roce de la muleta, las banderillas se mueven constantemente haciendo que los ganchos de los arpones desgarren cada vez más la carne y horaden las lesiones internas, aumentando la hemorragia y completando la sádica labor del picador; el peso de las banderillas tiene precisamente esa monstruosa función.
Aunque se aconseja clavar 3 pares, no hay límite al número de banderillazos: tantos como sean necesarios para desgarrar los tejidos y piel del toro.
 
  
 Tremendas lesiones y hemorragia sufridas por el animal


EL TORERO DEMUESTRA SU GRAN HOMBRÍA

El terrible dolor que le produce toda esta secuencia de heridas, el destrozo de los músculos del cuello y lesiones en la espina dorsal, junto con la pérdida de sangre que todo esto conlleva, obligan al toro a agachar permanentemente la cabeza; es el momento en que el valiente torero puede acercarse.
Efectivamente, cuando el toro llega al ruedo tiene el grave defecto de llevar la cabeza alta. En esta postura, para matarlo, el torero no podría encarar al toro para clavarle la espada, lo cual no sería práctico ni conforme a la sublime dignidad de estos torturadores.

Con el toro exhausto y cerca del agotamiento, el torero no se preocupa ya del peligro y se puede dar el lujo de retirarse del animal después de algún pase ostensorio, echando fuera el pecho y pavoneándose al recibir los aplausos del público. A veces al contrario se le acerca, lo toca altaneramente, le hace gestos desdeñosos, desafiantes, se burla de él, tal vez fingiendo o incluso creyendo que el toro pueda entender esas cosas.

Cuando el toro alcanza este estado lastimero, el matador entra en el ruedo en una celebración de bravuconería, machismo y chauvinismo característicos de este espectáculo, para enfrentarse a un toro exhausto, febril, sediento y desfalleciente, de facto ya moribundo.


ENTRAR A MATAR

La etapa siguiente se trata de clavar el estoque, una espada de casi un metro (80 cm) cerca de las vertebras para lesionar el corazón o algún vaso sanguíneo importante.

 El toro trata de salvarse huyendo y arrimándose a la valla, pero será alcanzado inevitablemente. Su suerte está sellada de antemano

Evidentemente, esto es mera teoría y no pasa casi nunca en la práctica. Al contrario, lo más común es que la espada solo acierte a alcanzar los pulmones y el diafragma, y que el animal agonice lentamente ahogado en su propia sangre.

Otros órganos destrozados comúnmente son el hígado, los pulmones, la pleura, etc., según el lugar por donde penetre la espada. Cuando ésta destroza la gran arteria, es un momento de gran exaltación y regocijo para el público taurino, que se deleita presenciando exultante cómo el toro agoniza vomitando enormes bocanadas de sangre hasta que, si tiene suerte se sofoca y muere ahogado en su propia sangre sin tardar demasiado.

Para la enorme mayoría de los toros la realidad es diferente. El animal, en un intento desesperado por sobrevivir, se resiste a caer, y suele encaminarse penosamente hacia la puerta por la que lo hicieron entrar, buscando en vano una salida a tanto maltrato y dolor. Entonces lo apuñalan en la nuca con el «descabello», otra larga espada que termina en una cuchilla de 10 cm.
A pesar de estos terribles tormentos, el animal suele seguir luchando gracias a su gran fuerza física y de supervivencia. Sin embargo, sus esfuerzos son inútiles, y exangüe, a la larga caerá al suelo, dado que la espada ha ido destrozando sus órganos internos.

Así, después de varios intentos infructuosos, el toro, envuelto por los gritos de una chusma brutal, enardecida, y las más veces henchida de alcohol, queda tendido en el suelo, completamente destrozado. No obstante, aunque yace, a veces casi inerte, todavía está vivo, agonizante, gimiendo lastimeramente, vertiendo lágrimas profusamente y arrojando sangre a chorros mientras pierde la orina, o incluso defeca.

Esto lo que, con sus argucias semánticas estetizantes y primarias, los empresarios y aficionados taurinos llaman morir dignamente y con nobleza. Nos preguntamos cuántos de ellos desean para sí una muerte semejante. Durante una emisión en la televisión francesa, el ganadero Simón Casas incluso tuvo el descarado cinismo de pretender que, entre el toro y el torero, existe una relación de respeto y de amor ... ¡Ciertamente, uno se siente reconfortado de no estar relacionado con este señor, y más aún de no figurar en el círculo de aquellos a quienes agracia con su amor y respeto!

LA PUNTILLA

Este cuadro es horrible, incomprensible, pero aun así, la tortura sigue: en este averno dantesco, no existe la compasión, no hay cabida para la razón; aquí solo rige el despotismo desalmado de la lógica taurina. 


 
 Toro agonizante a punto de ser apuntillado

Como gran final, se remata al toro con la puntilla otra navaja más, ésta de 10 cm de largo. Con esta cuchilla se pretende seccionar la medula espinal del toro a la altura de las vértebras atlas y axis.

Como evidentemente los toreros no son cirujanos sino carniceros, lo que hacen no es seccionar la médula sino tan solo dañarla, por lo que como se puede apreciar a simple vista el toro no está nunca muerto tras la operación, sino en estado de parálisis, cuadripléjico, incapaz siquiera de realizar movimientos con los músculos respiratorios, por lo que, siempre chorreando sangre por nariz y boca, empieza a morir lentamente por asfixia, tirado en su charco de sangre, orines y defecación.

Es durante este proceso cuando se le extrae la espada al toro, un espectáculo terrible de ver cuando uno observa con detenimiento la expresión facial del agonizante, que si bien está paralizado, no es insensible al dolor. Otra vez, el hombre normal, horrorizado, se pregunta: ¿por qué no hacer esto cuando el toro ya ha muerto? ¿Por qué siempre empujar la intensidad del dolor hasta el paroxismo del sufrimiento? Pero la pregunta es necia, pues los toreros no son hombres normales, sino exterminadores profesionales.

Para terminar con la función, el toro es mutilado con plena consciencia cortándosele en carne viva las orejas y el rabo (que no es otra cosa que la columna vertebral), muñones palpitantes y todavía calientes a los que los taurinos llaman trofeo.
El torero los exhibe enseguida orgullosamente ante el público que le aclama y a veces le lleva en hombros.
Algunas mujeres le avientan flores para congratularle por su noble hazaña. 


 
Un matador, cuya facie bestial denota un estado mental claramente muy dañado, eleva orgulloso su 'trofeo' recién cercenado

EL ARRASTRE Y EL DESCUARTIZAMIENTO

Como vimos, después que le destrozan las vértebras, el toro pierde control sobre su cuerpo desde el cuello hacia abajo, sin embargo hacia arriba se mantiene intacto, por lo que está perfectamente consciente y sufre el dolor de las crueles amputaciones que se le infligen, así como de todo el horror de su condición.
Una vez en esta situación, el noble animal se convierte en un material de desecho del que hay que deshacerse prontamente para dar lugar al siguiente festejado, pues las corridas no son masacres aisladas sino en serie. Los taurinos no sacian su sed con una sola inmolación. 

 
Después de ser acuchillado y apuntillado, y enseguida salvajemente mutilado, el toro, aunque paralizado, todavía está vivo y conciente. Aquí, observa con evidente pavura a sus despreciables verdugos, mientras éstos lo amarran sin piedad para el arrastre…


En esas condiciones se atan los cuernos o patas traseras del animal con cadenas y se procede a arrastrarlo fuera del ruedo. Le invitamos a pensar por un momento lo que debe sentirse ser jalado por la cabeza después de que le han cercenado a uno la columna a puñaladas.
Mientras usted procede a este penoso ejercicio, repitamos que el toro arrastrado está todavía vivo y conciente durante esta operación. Recordemos un caso muy célebre y doloroso que tuvo lugar en la ciudad de Murcia, España, en septiembre de 1979, cuando el toro repentinamente se levantó mientras estaba siendo arrastrado… 

 
Terribles escenas de arrastres

LAS BAMBALINAS DEL COLISEO TAURINO

Para el toro, que nunca deja el ruedo totalmente muerto, llega el segundo acto de la carnicería, que es esa trastienda de la plaza donde ya no hacen falta lentejuelas, fanfarrias y elogios de lindas mujeres para descuartizar al animal vivo.
Una vez arrastrado, el toro se deja tirado como si fuera un trapo en un almacén o un patio, junto a los demás toros caídos, o en espera de los que llegarán durante la jornada de la «fiesta».
Una vez allí, se le arrancarán la divisa y las banderillas, sin el menor miramiento ni piedad, como quien extraería un rábano de la tierra. Algunos obreros todavía los golpean y hacen bromas en espera de que llegue el camión de transporte. Al presentarse éste, se traba al toro por la(s) pata(s) y se lo alza cual saco de tierra para colocarlo en el cajón destinado para dicho efecto. Será entonces llevado al destace.

Así es como se cierra el fúnebre ciclo del arte taurino cuando, después de las tinieblas del chiquero, y tras el martirio intermedio de la arena, el toro se encuentra nuevamente en un segundo y último compartimiento obscuro del que sin embargo saldrá esta vez airoso, elevándose sin duda hacia regiones más altas para contemplar una luz bien diferente a la que lo cegó anteriormente en el infame ruedo de «honor» de sus inicuos y bárbaros verdugos.


 
Apoteósis de la 'obra de arte' y la 'cultura' taurina: el noble festejado convertido en desecho de destace

 

La Torotura Nacional Cada año, miles de toros son torturados hasta morir y cientos de caballos son atrozmente mutilados en el mayor contexto de crueldad jamás orquestado en un ámbito cultural. La propaganda taurina, financiada por el dinero de los contribuyentes, por subvenciones desviadas y por los derechos de retransmisión de las cadenas de televisión que las han vuelto a poner de moda, basan la necesidad de este holocausto en cuatro afirmaciones:  




El toro ibérico ha existido desde siempre. En tiempos remotos, los ritos iniciáticos de culto al toro distaban mucho de las prácticas taurinas de hoy.
Las corridas tienen su verdadero origen en las prácticas militares de las maestranzas en las que se adiestraban a los soldados para la guera haciéndoles practicar la lanza con el toro. Para paliar el peligro que corrían jinetes y caballos se contrataron mozos equipados con trapos cuyo cometido era distraer al toro.
La llegada de Felipe V, contrario a las prácticas taurinas, alejó a los nobles del alanzamiento de toros pero los mozos siguieron mostrando sus habilidades en algunos pueblos a cambio de dinero. De hecho, hasta finales del siglo XVIII las corridas no gozaron de popularidad. La primera plaza de toros no fué construida hasta 1749 época en la cuál la Inquisición se muestra más poderosa y multiplica los autos de fe. Torturas y ejecuciones humanas y animales estaban a la orden del día. Aú así, lo que interesaba era la muerte del toro y la faena era muy corta. La mutilación sistemática del toro sólo empezó más tarde.
Sin corridas no habría ganaderos de toros de lidia ni toreros pero afirmar que no habría toros equivale a decir que sin cazadores no habría perdices o que no existirían elefantes sin el negocio del marfil.
  


Curiosamente, el innovador Carlos IV prohibió las corridas mientras que Fernando VII, aquel que cerró las universidades y prohibió la Constitución liberal, volvió a permitir las corridas y bajo su reinado se abrió la primera escuela de tauromaquia en Sevilla... En 1980, la UNESCO, máxima autoridad mundial en materia de cultura, ha emitido su dictamen al respecto: "La tauromaquia es el malhadado y venal arte de torturar y matar animales en público y según unas reglas. Traumatiza a los niños y los adultos sensibles. Agrava el estado de los neurópatas atraidos por estos espectáculos. Desnaturaliza la relación entre el hombre y el animal. En ello, constituye un desafío mayor a la moral, la educación la ciencia y la cultura." La cultura es todo aquello que contribuye a volver al ser humano más sensible, más inteligente y más civilizado. La crueldad que humilla y destruye por el dolor jamás se podrá considerar cultura. Precisamente por ello, los toreros y sus cuadrillas suelen provenir de las capas más desfavorecidas de la población donde la incultura es mayoritaria. La "cultura" de la crueldad como la "cultura" del dinero no tienen nada que ver con La Cultura. 


 

Si un insecto se posa en un toro, éste lo espanta inmediatamente demostrando así la extremada sensibilidad de su piel. Por otro lado, si un ser no sufre, de nada sirve "castigarle". El sufrimiento es un medio de coacción bien conocido. Sin dolor, la tortura no tiene efectos. Si el toro no sufre, huelgan todas las torturas a las que le someten:
La pica o puya acaba en una punta de acero de unos 14 cm de largo que debe penetrar sólo 3 centímetros a la altura de la cruz. En la práctica, los picadores aumentan la penetración que puede llegar hasta 9 cm, llegando a perforar el pulmón, lo cual provoca una hemorragia que limita la capacidad del toro.
Las banderillas son agilados harpones de 6 cm a 8 cm que los banderilleros clavan, en número de 4 a 6 cerca o dentro de las heridas del puyazo. Estos harpones tienen la facultad de actuar como palanca a cada movimiento del toro oradando y desgarrando todos los músculos del cuello. Cuando un torero se "arrima" no es por amor al arte -constituye incluso un error- sino que pretende enganchar las banderillas para acentuar el efecto palanca y aumentar la hemorragia iniciada por el picador. Los pases de muleta tienen como única finalidad marear y agotar al toro hasta que baje la cabeza lo suficiente para poder matarle. Se mata al toro clavándole una espada entre las vertebras del cuello para llegar al corazón y fulminarle. Esto no ocurre prácticamente nunca. El toro malherido en un pulmón, una arteria o el corazón, agoniza gimiendo lastimosamente y vomitando sangre. Debe ser rematado con la puntilla, un puñal corto destinado a seccionar la medula espinal, lo cuál, supuestamente, acaba con el sufrimiento del animal. Esto tampoco ocurre así y el toro queda paralizado pero consciente durante todo el proceso de arratre y posterior despiece. Varios veterinarios, entre ellos un titular de la Plaza de las Ventas y de Colmenar Viejo, han denunciado que además de las lesiones múltiples recibidas durante la faena o de la conocida práctica del afeitado, el toro padece secretas manipulaciones previas destinadas a envalentonar a los mansos (aguarrás en las pezuñas, alfileres en los genitales) o debilitar a los bravos (purgas con sulfato de sosa, sulfato de paralizante en los ojos y algodón en la garganta).
Finalmente, diversas autopsias y análisis veterinarios practicados en toros después de lidia demuestran que más del 48% de ellos sufrían enfermedades como Tuberculosis, Nefritis múltiples, Echinococosis de hígado e intestinos, Pleuroneumonías, Pleuresias y Peritonitis, entre otras.
  




 Después del reparto millonario entre ganaderos, empresarios y toreros, los demás trabajadores malviven con sueldos míseros que no incluyen cobertura social. En 1993, este gremio reportaba 16.000 empleados, pero la Seguridad Social sólo registraba 3.000.
De los toros sólo vive bien una minoría.
El toro, animal emblemático de España y símbolo de bravura y fuerza merece otro destino que el que le reserva el negocio taurino.